¡Hágase la luz!

09.06.2011 21:04

“En el comienzo de todo Dios creó el cielo y la tierra. La tierra no tenía forma todo era un mar profundo cubierto de oscuridad y el Espíritu de Dios se movía sobre el agua.
Entonces Dios dijo: ¡Que haya luz! Y hubo luz, vio Dios que la luz era buena”. Gn. 1, 1- 3


La diferencia es grande entre la luz y la oscuridad. Gracias a las propiedades de la luz los elementos físicos de la naturaleza toman cuerpo ante nuestros ojos y nuestro cerebro los reconoce, con sus formas, colores, dimensiones, distancias, luminosidad, sombras y reflejos.
La diferencia abismal es no reconocer estos matices, vivir la noche eterna de la oscuridad, debe ser desolador.
Hay situaciones inexplicables y dolorosas como la existencia de hermanos que no pueden ver, pero ellos no están solos, hay personas elegidas por Dios que hacen de ángeles guiando el camino. Madre Eduviges fue una de ellas, toda una vida enfrentada con la noche de la ceguera de los hijos de su corazón, nuestros hermanos invidentes.
¡Con mano tierna, con corazón dulce, con voz que ama, enseñó a ver a sus hijos con los ojos del corazón!
¿Te has puesto a pensar lo tierno que es,  que  tú puedas trasmitir, a tus hermanos invidentes,  a través de tus palabras, de tus manos,  todas las maravillas que hay alrededor?
La visión que brota del corazón
¡Milagro de amor! aprender a conocer, a expresarse, a caminar, a orientarse, allí en esa casita de la calle Valenciennes Nº 8 de Toulouse, o en el molino grande y viejo y después en su Instituto ¡visión interior! Que traspasa todas las distancias, las murallas, mirar y ver en el corazón va más allá de los sentidos corporales. ¿Acaso cuando estamos ante el Santísimo Sacramento, no cerramos los ojos para sentir mejor su presencia? ¡Qué admirable  leer los renglones de la vida de una mujer que abrazó con valentía a sus hijos ciegos!,  fue ella quien guiándolos de la mano les enseña los rincones, pasillos, desniveles del hogar. Todo esto tiene lugar en el siglo XIX año 1866- 1894  en  Toulouse – Francia.

Dios tiene sus designios, se vale de Madre Eduviges para que en la mente y el corazón de los niños y jóvenes invidentes se hiciera posible también el “Hágase la luz” la luz del entendimiento y reconocimiento del mundo exterior, la luz de la alegría de no sentirse solos vagando sin rumbo por calles desconocidas, la luz de la compañía de otros hermanos y de una madre que los quiere, la luz de sentirse amados por Dios que los llama, que los convoca, que los escucha y atiende a través de la solicitud amorosa de Madre Eduviges y las hermanas que los cuidan.