HOGAR DE AMOR - HOGAR DE LUZ
El Éxodo nos narra en el Cáp. 10, 21-23, como Dios hace caer sobre Egipto la oscuridad, la novena plaga, porque el Faraón había endurecido su corazón y no dejaba salir a los Israelitas. Hubo una oscuridad tan grande sobre Egipto durante los días que nadie podía ver al que estaba a su lado, ni podían moverse de su lugar. En cambio en todas las casas de los Israelitas había luz.
En la ciudad de Toulouse había personas que llevaban tres, siete o más de 15 años sin ver la luz física y apenas vislumbraban a tientas la posibilidad de la luz afectiva y espiritual, o la luz del conocimiento, ellos (sin saber la razón) sabían que estaban destinados a ser desheredados, los que no tenían familia, los que estorbaban.
Madre Eduviges lleva la luz, en su deseo y en su voluntad, decide acompañada de dos hermanas ir por las calles olvidadas, en donde los niños invidentes, se vestían de harapos y la comida era insegura, noches de invierno sin ningún amparo y protección, las noches eran más largas, no porque no veían, igual era para ellos el día, sino porque a la oscuridad se sumaba el frío, la soledad, la ausencia de ruidos, talvez podían escuchar a lo lejos el murmullo de las aguas del Garonne.
Bendito momento del encuentro de quien lleva en la mente, en el corazón, y en las entrañas la luz de Dios, madre Eduviges busca a sus hijos privados de la luz, los encuentra y los lleva con ella al hogar. Imaginemos por un momento el cambio de vida de nuestros hermanos invidentes, sentirse llamados, “vengan con nosotras” sentirse apreciados y reconocidos; traspasemos con ellos el umbral de la puerta de la calle Valenciennes Nº 8, la casa es pobre, no hay lujos, pero ellos se sienten cómodos. ¡Como no! Empiezan a brotar chispas de luz, de esperanza, un suave bienestar y una alegría latente ya está en el corazón.
De inmediato han encontrado la luz del afecto, la luz del cariño, del cuidado, ya tienen una sopa caliente para tomar y unos ricos higos de la huerta para comer, ropita limpia para ponerse, una cama donde dormir.
Poco a poco fueron descubriendo la luz del conocimiento, aprendiendo a leer, escribir, comunicarse, a orar, aprenden a organizar su vida, y así ya no estarán en la noche oscura que se hace eterna. Descubren que existe un calendario y ellos pueden disfrutar de un calendario, adiós monotonía, ya las horas, los minutos, las semanas han cobrado la magia de tener sentido. Sabrán esperar con ansias y algarabía las fechas importantes para presentar sus habilidades artísticas, poesías, canciones, tener la alegría y responsabilidad de pasar de una actividad a otra, porque tienen tareas, porque tienen la vida organizada, su vida ya tiene fechas y calendarios.
La luz del espíritu, conocen que su padre es Dios y que Dios es el papá de ellos, que los ama a cada uno, que conversa con ellos, que los llama con el sonido alegre de la campana y que suspira de emoción cuando ellos cantan, madre Eduviges les ha proporcionado un hogar, en donde se han encontrado con hermanos, un hogar que para ellos los pasillos, la capilla y todo rincón “tiene mucha luz” porque en ellos se ha encendido la luz del diálogo, la amistad, la risa del consuelo, la luz del gozo de saberse amados. En el hogar de Madre Eduviges y los niños ciegos “hijos de su corazón” Había luz.